Francisco Cal Pardo

Mis encuentros con don Eugenio García Amor

Mis encuentros con don Eugenio han sido pocos y muy espaciados, pero todos ellos han dejado huella en mí y los recuerdo perfectamente.

No coincidimos en el Seminario: cuando llegué a Mondoñedo, en segundo de Latín, don Eugenio estaba ya en Roma, y cuando él volvió al Seminario como profesor yo debía de estar en Comillas, o ya había cambiado los estudios eclesiásticos por los de ingeniería y estaría en Santiago o en Madrid.

El primer encuentro tuvo lugar en un verano, en el campamento de A Devesa; él posiblemente no se acuerde de mí en aquellas fechas, porque yo tendría 13 ó 14 años, recién terminado 3º ó 4º de latín, no lo recuerdo bien, y él estaría a punto de ordenarse. Estoy hablando del verano de 1952 ó 1953. Me impresionaron entonces unas charlas que nos daba, a media tarde, en el lugar donde, por la noche, se hacía el fuego de campamento. Se trataba de charlas sobre arte,s decoración, música... Su claridad expositiva y la forma muy amena de contar las cosas, muy distinta de a lo que estábamos acostumbrados, era realmente impresionante. Don Eugenio, seguramente, recuerde aquellas charlas, pero de lo que estoy seguro es que no me recuerda a mí como asistente a las mismas.

Han pasado muchos años hasta que tuvo lugar el segundo encuentro, que sucedió en su Trabada natal. Fue con motivo de los almuerzos que viene organizando el empresario de comunicación y excelente comunicador trabadense Elías Rodríguez Varela, en la segunda quincena de agosto, en torno al día 22. Era el primero de los almuerzos, al que siguieron muchos más cada año en agosto, y en él nos dimos cita muchos "madrigallegos",habituales contertulios de Elías en instituciones gallegas en Madrid, como la Asociación de Empresarios Gallegos, el Centro Gallego, la Casa de Galicia... que nos desplazamos desde distintos puntos de Galicia, donde estábamos disfrutando nuestras vacaciones, convocados por Elías. Recuerdo en este momento a José Manuel Romay Beccaría, Fernando Amarelo de Castro, Moncho Pernas y algunos más. No recuerdo exactamente la fecha pero creo que han transcurrido algo más de 20 años. Allí estaban trabadenses ilustres como los madereros Villapol, en cuyo merendero, situado en unos verdes prados rodeados de árboles frondosos, celebramos el almuerzo, y entre los trabadenses ilustres estaba don Eugenio, que fue objeto de un pequeño homenaje por parte de Elías, al que nos unimos todos los invitados con entusiasmo. Elías le hizo entrega de una casete de canciones del Grupo Milladoiro, cuya música entusiasmaba a don Eugenio, quien correspondió entregando a todos los presentes un precioso libro de poesías propias, que conservo y releo de vez en cuando. La línea poética de don Eugenio, que yo desconocía, me pareció de una gran profundidad en su contenido y de gran sencillez en su forma interna y externa. La lectura de las poesías me transportó a mis años de Humanidades Clásicas en Comillas, en los que tuvimos que analizar mucha poesía en la clase de lírica.

El tercer encuentro tuvo lugar el día 23 de septiembre de 2011; un día festivo para don Eugenio en el que el señor Obispo le hacía entrega de los instrumentos que lo acreditaban como Prelado de Honor de Su Santidad el Papa, título que había sido concedido por Benedicto XVI. Yo asistí al acto solemne que se celebró en el altar mayor de la Catedral de Mondoñedo. En el mismo acto se confería un título similar a mi hermano Enrique. Me limité a felicitar a don Eugenio; él estaba rodeado de su familia y sus amigos y yo estaba en el circulo familiar y de amigos de Enrique. Fue un día grande para los dos: un reconocimiento de sendas trayectorias de muchos años dedicados a la Iglesia y a los fieles. La dedicación a los demás, en distintas manifestaciones de sus vidas, fue la divisa de los dos. Ambos estaban muy emocionados y agradecidos, según sus palabras, por el gran honor que se le había dispensado.

Un año antes del fallecimiento de mi hermano, en abril de 2015, su salud pasó por episodios que lo llevaron al hospital en estado bastante grave. Yo me desplacé desde Madrid a Burela y allí, estando en la habitación de Enrique, apareció don Eugenio, con el que tuve la oportunidad de charlar un buen rato. Ese mismo año nos encontramos otras dos veces en las que que nos saludamos y comentamos aspectos relativos a los actos en los que los dos participamos: el 17 de octubre de 2015, un grupo de ex-seminaristas (Moncho Villares, Bieito Rubido, Antonio López, Germán Castro, Ramón Barro y yo mismo) decidimos organizar un homenaje al seminario de Mondoñedo cuando dejaron de impartirse clases en sus viejas aulas. Al homenaje asistieron cerca de doscientas personas, entre ex-seminaristas y sacerdotes. Don Eugenio se encargó de determinar qué piezas musicales se interpretarían en la misa solemne que se celebró en la Capilla del Seminario, por lo que tuve que hablar varias veces con él, en esta ocasión, de aspectos relativos a la gestión del acto cuya organización corrió a cargo del grupo de personas mencionadas, que me tocó presidir "aetatis causa", porque era el mayor de todos ellos. Casi un mes después, el 8 de noviembre, don Eugenio asistió al homenaje que se rindió a mi hermano Enrique, en su nonagésimo tercer cumpleaños, con motivo de la publicación de su último libro "Mondoñedo, Catedral, Cidade, Bispado na segunda metade do século XV". Este sexto encuentro casi no tuvo más duración que la correspondiente al saludo.

Algo similar sucedió seis meses más tarde, el 29 de abril de 2016, con motivo del sepelio de Enrique, en el que se acercó para darme el pésame e intercambiamos unas pocas palabras.

Estos han sido mis siete encuentros con don Eugenio: pocos, muchos de ellos intensos, y todos ellos profundamente grabados en mi memoria. Espero que todavía Dios nos dé vida para encontrarnos algunas veces más con tiempo suficiente para intercambiarnos nuestras vivencias y recuerdos.

Los Molinos, Madrid, julio de 2021.